Hoy he visto, por segunda vez, la película “Déjame entrar”,
película sueca dirigida por Thomas Alfredson en el 2008. Pero además, he visto
después la versión que hizo el americano Matt Reeves en 2010, con el mismo
nombre.
“Déjame entrar” trata de un niño (Oskar en la original, Owen
en la americana) triste y solitario, maltratado por sus compañeros de clase.
Pero su vida cambia cuando conoce a una nueva vecina de su edad, que se acaba
de instalar en el barrio. Pero esta chica, no es lo que parece en un principio.
Hablemos primero de la original. Sin lugar a dudas me parece
una maravillosa película. Una película de terror sin ser de terror. De amor sin
ser de amor. Simplemente una bonita película, absolutamente atípica, que
sorprende a todos los que la ven, y con una fotografía, que en principio no
llama la atención especialmente. Pero al fijarte en ella detenidamente, creo
que no está nada mal.
Pasemos ahora a la americana. Este remake es… como decirlo…
más americano. En él se acentúa un poco el género del thriller con algunos
efectos de posproducción, pero dejando a un lado estas diferencias, en esencia
es la misma película. De hecho descubrimos escenas exactamente iguales:
escenario idéntico, para las mismas acciones, el mismo texto (y es que en estas
escenas directamente copian el guión de la original), y en ocasiones, hasta los
mismos planos. Además, en la película original, son importantes los silencios.
Pero en la americana no dejan uno con cabeza. Todos los silencios se llenan con
una música o algún efecto de sonido. Siendo justos, es una buena película, y
está bien hecha, pero era como ver la misma película dos veces, y creo que si
vas a hacer un remake de una película, haz algo diferente. Si no, ¿para qué la
haces? Y personalmente yo prefiero la primera, pero es posible que alguno
prefiera la versión del 2010. Yo recomiendo ver las dos películas y después,
que cada cual saque su propia conclusión.